Libros que me arañan un poquito el alma

Delirium


Hace tiempo que decidí dejar de lado el convencionalismo, intentarlo, claro está. Procurar que no se metiese en mis decisiones y analizar cada una con detalle para eliminar cualquier rastro de él que pudiera encontrar en ellas. 

Menuda locura, creer que sería tan sencillo desdibujar de la mente todo aquello que nos metieron en la cabeza, como diría mi abuela, "sin comerlo ni beberlo".  Trazar tus propias líneas.

Quise eliminar todo lo que encontrase en mí que pudiese perjudicar al otro, no quiero ni quise ser obstáculo en camino ajeno. Pero qué acto de ingenuidad el querer hacerlo. Menuda locura que por un momento se me pasara por la mente reformularme tanto para entrar en todos sus esquemas. Menuda locura el pensar en complacerles. 

Menuda locura, el tomar conciencia de dónde me encontraba situada, de los pasos que estaba dando y hacia dónde. De cómo había dejado de preguntarme lo que necesitaba yo. Menuda locura no habérmelo cuestionado todo antes.  

Me hablo de lo que no espero porque hace mucho tiempo que en esta sociedad me enseñaron a esperar; esperar continuamente; esperar que alguien se comporte como me han enseñado erróneamente que "debe" hacerlo, esperar que venga alguien en quién desembocar mis necesidades (porque no te enseñan a estar contigo mismo de una forma sana), esperar que nada se salga del prototipo de vida que hay marcado, esperar el colegio, el instituto, la universidad, esperar encontrar un trabajo estable inamovible para embarcarte en una hipoteca futura, esperar tener mala o buena suerte, confiar toda esa suerte al universo pero jamás a ti, esperar que el tiempo sea el que precisamente esperamos al abrir los ojos, esperar para hacer ese viaje, el eterno "espera ahora, ya tendrás vida suficiente para hacerlo", esperar para que me quieran, para que me perdonen, esperar para descubrirte en otras sensaciones, esperar para todas aquellas situaciones posibles que pueda imaginar un ser humano corriente.  

Vivimos creyendo que el tiempo que tenemos jamás se nos acabará y nos pasamos la vida esperando para hacer todo aquello que sabemos que nos hará vivir.  

¿Para qué voy a hacer eso ahora? si la vida es muy larga. Como si hubiésemos entrado en la relojería y en un acto de locura hubiésemos comprado la mayor cantidad de relojes posibles para que las manecillas nunca se paren. Pero lo harán. 

¿Y quién tendrá la suficiente determinación como para devolverme todo el tiempo que se me ha ido esperando? ¿Quién vendrá con los puntos acumulados a decirme "adelante, canjea el tiempo que se te escapó"? ni siquiera el aire se detendrá cuando deba pasarme a través, acostumbrado a ayudar a Cronos a realizar su trabajo. 

Y yo misma, aún queriendo desprenderme de todo para no esperar nada, he esperado y lo haré mucho más de lo que admitiré nunca. 

Por eso cada vez, aprendo el arte de la no espera, me pregunto si lo que estoy esperando con tanta importancia ahora, tendrá alguna relevancia cuando deje de hacerlo. 

Y en lugar de esperar a que pase, me lanzo a sentirlo por completo, para que se convierta en pasado, para que sea durante un instante verdad y no anhelo. 

Porque soy de esa clase de kamikazes que "primero siente y luego piensa" a la que no le vendría mal poner cabeza antes que corazón.  

De vez en cuando me da por pensar en la trascendencia que dejaré en cada persona que me encuentre, en repetidas ocasiones no me importaría ser camaleón y en silencio camuflarme entre una naturaleza salvaje, alejada de toda esa muchedumbre con la que inevitablemente tendré que tratar, deslizarme lentamente por un nuevo entorno en el que estar más ciega pero sentir todo lo que con la vista se me escapa. 

Aunque haya sensaciones que puedan verse. Menuda locura. 

En cada regreso a casa, en el bus de cada tarde, observo el desenlace de una rutina compartida. La misma que aunque cambie de escenario nos aborda por igual. 

Es cuestión de perspectiva me digo, de distancia, de observar en el momento exacto en el que tienes que hacerlo, ni antes ni después. ¿No es así como ocurren las cosas? ¿en el momento que deben hacerlo? ¿no son iguales las sensaciones? ¿no ocurren cuando tienen que ocurrir, ni antes ni después?. 

Aquellas sensaciones que me abordan cuando por la noche me deslizo entre las sábanas para sentirme protegida, cuando camino por las calles estrechas con sus balcones decorados, cuando fugazmente pienso en cómo decoraría mi balcón si tuviese uno, cuando abrazo con fuerza, cuando veo a alguien que abraza con fuerza también, cuando sujeto el primer tercio del bar de siempre, el primer trago, cuando veo a un animal jugar, cuando mi perro me mira.

Cuando veo a alguien que me importa llorar, cuando asumo con torpeza las responsabilidades, cuando ando distraída y cuando siento el calor del hogar, cuando me roza otra piel en un momento inesperado, cuando mis mejillas coinciden con otras para tomar contacto, cuando mis labios tocan otro cuerpo, cuando llueve ahí fuera pero aquí dentro estoy en llamas, cuando corro para que no se me escape un tren (o una vida), cuando me mentalizo de que vendrán más a la vía, cuando la música suena por encima de las gentes, cuando se escuchan mis latidos por encima de todo el ruido o de todo el silencio, cuando río, cuando alguien ríe, cuando sin darme cuenta encuentro a mi pecho sacudiéndose. 

Cuando nos fijamos en todo lo que no solemos prestar atención, cuando vemos, pero de verdad, sin gafas que nos decoren la realidad. 

Viene a mi cabeza sin esperarlo aquellas gafas 3D que antes solo podían usarse en determinadas salas de cine. De pequeña, usé unas rojas de cartón en una diminuta sala de un parque de atracciones. La proyección se llevaba a cabo en una sala aún más reducida que tenía los asientos encima de una plataforma, que alguien desde la cabina iba a dirigir. Una vez sentados en la pantalla solo veríamos un tronco que iba a caerse desde una cascada, nada que impresionara a priori a una niña, excepto la belleza del paisaje. 

Al ponernos las gafas, con su tela roja, nos encontramos subidos en ese tronco, moviéndonos con el agua del río, con turbulencias y con la sensación de querer escapar metida dentro del pecho. Pero realmente solo era un asiento moviéndose y una proyección bonita. Agarré la mano de mi padre todo lo que pude hasta que pasara el momento de bajar de ahí, algo que sigo haciendo pero años después con mi propia mano. 

Igual que las gafas, las percepciones que se usan para ver la realidad se componen de muchos colores, pero el escenario no es real aunque las sensaciones sean indiscutibles, ese escenario en el que sientes que te ahogas, es diferente y simplemente debes quitarte esas gafas de encima para verlo con claridad. 

Tardé muchos años en darme cuenta del color del que eran mis gafas, en darme cuenta de que llevaba unas. Incluso hay momentos en los que inconsciente de mi, pretendo y contribuyo a que se queden puestas. Pero hay veces en las que armada de valentía, cuando todo se me desborda, me obligo a darme una ducha caliente para quitármelas de la cabeza y avanzar. 

Y tras culparme y arremeter contra mí por colocarlas delante de mis ojos, caí en la cuenta de que a todos nos las pusieron al nacer, de que no concebimos la vida sin las gafas porque nuestra realidad se ha formado con el papel de colores que ponen delante de nuestros ojos. 

Y entonces, cuando las llevas quitadas demasiado tiempo, recae sobre ti el pesimismo de la realidad como una jarra de agua fría. 

Y te inquietas. Y gritas esa inquietud. Y te dicen que te las vuelvas a poner, que no molestes. Y te las pones. 

Pero eres consciente de que toda la realidad está distorsionada, ya no distingues entre una y otra, y te toca ordenar todo de cero. 

Hasta que definitivamente te las quitas, decides molestar y prefieres arremeter con todo lo que desembocará ese pesimismo descontrolado, antes que observar un lienzo que no se corresponde con el cuadro original. 

Porque sabes que en ese cuadro los detalles merecen la pena aunque no sean agradables a la vista. Y lidias con el sentimiento de observar el verdadero arte, la verdadera vida. 

Aunque a veces, como en todo, vuelvas a recaer. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario